Mariconas y bolleras, expuestas en el Reina Sofía
Una de las residencias de investigación del Museo Reina Sofía sirve para archivar los materiales que los colectivos LGTBQ crearon en Madrid durante los años 90. Lxs activistas presentaron el proyecto y sus contradicciones: ¿Puede catagorizarse lo ‘queer’?
Quizá Sofía, la reina emérita, se escandalizase si viera lo que alberga el museo que lleva su nombre en Madrid. Contradicciones de este Estado de Derecho –y de derechas- que favorece las discriminaciones y subvenciona propuestas para resolver la mismas.
Herederas de un movimiento LGTB que había luchado con uñas y dientes por la abolición de la Ley de Peligrosidad Social, tomaron las calles del Madrid de los 90. Tiñeron de rojo el agua de una fuente del centro de la ciudad; pintaron sus manos del mismo color para dejar sus huellas ante el Ministerio de Sanidad; se fotografiaron desnudas para encontrar en sí mismas los referentes que la sociedad les negaba; sufrieron violencias fruto de la intolerancia; enfrentaron sus miedos y los ajenos; salieron del armario llenos y llenas de pluma; reivindicaron su espacio en un mundo que, ante su presencia, se sentía en jaque. Lo cuestionaban todo y siguen haciéndolo. Cuestionan, incluso, sus propias decisiones. ‘LSD’, ‘Radikal Gay’ y ‘RQTR’ son algunas de las siglas que unieron a lxs activistxs entonces. Miembros y miembras de cada una de ellas se reunieron el sábado en Madrid para debatir sobre cómo preservar su memoria.
El proyecto, posible gracias a una de las Residencias de Investigación del Museo Reina Sofía, tiene dos objetivos: recuperar la memoria del movimiento de disidencia sexual que se dio en Madrid en los 90 y debatir en torno a qué postura debe tomar el activismo queer ante el propio concepto de ‘archivo’. Los principales impulsores del proyecto, Lucas Platero, Sejo Carrascosa, Fefa Vila y Andrés Senra. Todas, hoy, piezas imprescindibles del movimiento LGTBQ no sólo en Madrid, sino en todo el Estado español. “Buscábamos quebrar el principio de identidad, devenir hacia un orgullo de nuestros deseos, poner en jaque las miserias y vulgaridades de la heteronorma”, aseguró Carrascosa. Platero, por su parte, cuestionó la posibilidad de archivar lo queer y Vila se preguntó si el proyecto que están impulsando “desarticulará políticamente el movimiento o se convertirá en una herramienta operativa de acción”. ¿Por qué un archivo queer en un museo? La pregunta, quizá la más repetida durante el evento, sirvió para debatir en torno a la los conceptos de arte, activismo, artivisimo. Sus prácticas políticas, a pesar de poder tener un interés artístico, no se concibieron como tal. La política surge de la espontaneidad, de la necesidad, del deseo, de la acción para el cambio.
La agenda política del movimiento LGTB de entonces giraba en torno a cinco grandes temas: la identidad; las violencias; el VIH; la militarización y las redes afectivas. Participaron en todos los movimientos sociales del momento, haciendo evidente en cada espacio de activismo que sus prácticas y propuestas partían de su condición como maricones y bolleras. El campo de batalla donde más sufrieron fue en la lucha contra el VIH. En España, a diferencia de lo que ocurrió en otros países, fueron los grupos LGTB quienes crearon espacios contra el sida. El miedo al estigma y, sobre todo, el miedo a la muerte marcaron sus acciones políticas. Carrascosa recuerda la asamblea que supuso el punto de inflexión de la ‘Radikal Gay’ ante la pandemia: “Gran parte de la asamblea tenía VIH, ¿qué estábamos haciendo entonces?”. A partir de ahí, la lucha contra el VIH se convirtió en una de sus reivindicaciones principales. En aquella batalla, también estaban acompañadas por las lesbianas organizadas políticamente. En el documental que recoge sus experiencias, una de ellas recuerda cómo acudieron en masa a la Cruz Roja para protestar por la estigmatización del colectivo homosexual que propugnaban en sus formularios. Incluían a gais y lesbianas como personas no aptas para donar sangre. Consiguieron reunirse con la cúpula de la organización, que aceptó reeditar el formulario para hablar de prácticas sexuales de riesgo. El camino fue arduo. Los logros, evidentes.
Las lesbianas hacen memoria y parece que nada ha cambiado. La visibilidad y la falta de referentes eran también los problemas que teníamos en los 90. Hartas de un segundo plano, de las violencias misóginas y lesbófobas, se reunían para crear el imaginario que la cultura mainstream también les negaba entonces. En sus casas, entre amigas, pusieron sus cuerpos y sus vivencias al servicio del activismo. Fotografiaron sus cuerpos desnudos para reivindicar sus deseos, aludieron al estigma que rodea a la menstruación y a la negación de la sexualidad bollera. Una imagen de los genitales de una de ellas junto a una sardina o una ristra de tampones y compresas colgadas, con pinzas, en un tendedero: artivismo para la revolución. En el auditorio del Reina Sofía se sentía la nostalgia y se reía a carcajadas de las viejas anécdotas.

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